¡Por fortuna, las pizzas no se piden por escrito...! ¿Pero cuántas palabras de uso corriente nos hacen dudar al momento de intentar ponerlas por escrito? Y las dudas, ¿son únicamente ortográficas? ¿No nos pasa, acaso, que cuando escribimos una palabra, cuando cada letra va apareciendo ante nuestros ojos, tomamos conciencia de cosas a las que no prestamos atención en lo cotidiano. ¿Era así esa palabra? ¿Así sonaba o era de otro modo? ¿Con qué letra se representa ese sonido?
Si la palabra en cuestión es de origen y forma extranjera, la dificultad tenderá a acentuarse. De no mediar alguna medida estandarizadora, se generarán diversas soluciones para un mismo problema, lo que redundará en la aparición de variantes de una misma palabra, con la consiguiente nueva duda: ¿cuál de esas variantes debo usar en un texto, si quiero dar una buena imagen de mí misma, es decir, si quiero aparecer ante los demás como una persona educada? Veamos un ejemplo: la caja en cuyo interior se ubican y conectan los tubos fluorescentes, y que actúa como condensador de energía, tiene un nombre de procedencia inglesa: ballast. En Chile, se usa tanto la forma no adaptada ballast, como la adaptada ortográficamente: bálast. En Puerto Rico, coexiste la variante original con una adaptada fonética y morfológicamente al español: balastro. En México, se emplea también la variante adaptada fónica y morfológicamente, pero se le atribuye género femenino: balastra. No pretendo aquí realizar un estudio acucioso de todas las variantes posibles de la palabra en cuestión, sino sólo ilustrar una realidad compleja y cotidiana: en sólo tres países, se encuentran cuatro nombres diferentes para un mismo objeto; cuatro nombres que en el ahora funcionan como sinónimos (o heterónimos, si se prefiere), pero que en una mirada histórica surgen como variantes de una misma palabra. Me agrada la diversidad, pero no ha de ser tan agradable ir a otro país a comprar la caja en cuestión, para encontrarse con que tiene otro nombre. Me dirán que al menos balastro y balastra suenan parecido… que es fácil deducir que se trata de lo mismo, si apenas difieren en su terminación (en su flexión)… pero moto y mota también, y son palabras diferentes, con significados y orígenes distintos. ¿Planificación lingüística? ¿Intervención moderada? ¿Laissez faire? Algunas respuestas (y no pocas preguntas), en el artículo que ofrezco más abajo: El préstamo léxico y su adaptación: un problema lingüístico y cultural
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María Natalia Castillo Fadic
Doctora en Filología Hispánica (Universidad de Valladolid), Diploma de Estudios Avanzados en Lengua Española (Universidad de Valladolid), Máster en Lexicografía Hispánica (Real Academia Española), Magíster en Letras con mención en Lingüística (Pontificia Universidad Católica de Chile). Archivos
February 2012
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